Esperando a la tormenta, que se anuncia pronta, terminamos nuestra primera semana en la isla desierta, desangelada, desamueblada. Quería hablar sobre cuestiones más mundanas, pero los errores pesan demasiado estos días.
Esos errores que me obligaron a cerrar mi anterior blog, como una forma onírica de soltar lastre, y que no me dejan vivir, no me dejan dormir por las noches y no me dejan ser feliz de ninguna manera.
He cometido muchos errores en esta vida, la mayoría de ellos por pereza o desidia, mi mayor pecado capital. Personal, profesional, laboralmente estoy penosamente lastrado por los mismos, pero en el terreno personal, donde debía tener mi refugio para protegerme del mundo, son especialmente dolorosos.
Debe de ser inmadurez por ansía de lo que espero no gozar de lo que tengo, pero no puedo dejar de preguntarme cada minuto qué sería de mi vida si hubiese tomado otras decisiones personales: otra mujer, otro lugar. Otra vida. La idea de otra vida totalmente diferente a la que ahora me tortura es el maldito denominador común. Otro lugar con otra mujer al lado y otras metas; otra penumbra y otros vicios y pasiones y problemas.
Aunque sé, ya me que conozco un poco, que desde esa otra vida añoraría algo parecido a lo que ahora tengo.
Dios mío, yo que creía estar ya a salvo de las garras del amor, de las garras del dolor.
Traicionando a quien más se lo merece
viernes, 14 de septiembre de 2007
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