Según Joseph Conrad, en su novela homónima, llega una edad en la que toda persona cruza una imaginaria, pero no por ello menos dramática, a partir de la cual no es dueño de su vida, en la que la vida da cuenta de uno si uno no ha dado cuenta de ella, ya ha hecho todas las elecciones posibles y las que no hizo se alejan irremisiblemente y la vida, desde fuera, ya nos arrastra sin control. El paso de la juventud a la madurez, con todo lo que ello nos condena. Se acabaron las páginas en blanco, las líneas de salida, los retos a batir.
Es uno de mis mayores temores. Cruzar esa línea de sombra. Llegar a un punto en el que tenga la absoluta certeza de que no hay retorno, no hay escape; decir adiós a sueños y posibilidades para siempre.
La edad de la línea de sombra que marcó Joseph Conrad se ha elongado, la vida ha cambiado, el mundo se ha hecho mayor, por desgracia. Pero, aún con todo, creo que esa línea de sombra, la juventud es un estado de ánimo que no depende única y exclusivamente de la edad.
En cierta medida la edad y la vida, las responsabilidades y el trabajo me arrastran, he cruzado la línea de la sombra. Pero me gusta lo que hago, con reservas, y me consuelo creyendo que puedo volver a cruzar la línea en sentido contrario, me consuelo creyendo que de hecho lo hago, me planteo retos y trato de llegar más lejos, sabiendo que la línea de sombra, el horizonte que la noche dicta, que proyecta irremisiblemente sobre nosotros, me alcanzará y me superará y llegará un día en que no podré escapar de la sombra. Ahora me consuelo creyendo que bailo sobre la línea de sombra.
Y también me consuela ver a mucha gente, más joven que yo, con más estudios o más guapa, que hace tiempo que cruzó la línea de sombra, hace tiempo que se resignó, que perdió el control de sí mismo por su futuro y la vida ya se lo marca, ya lo arrastra. Me consuelo porque creo que estoy más vivo que ellos.
O quizá todo sea mentira.
Traicionando a quien más se lo merece
jueves, 1 de noviembre de 2007
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