Estos estadounidenses de los cojones cuya Historia, comparada con la de cualquier país casi del mundo, no es más que una tarde de niños jugando a indios y vaqueros, son muy dados a la épica; quizá sea ese el motivo.
Uno de sus episodios, que debió de ser la mitad de lo que cuentan, fue aquello del Álamo. Lopez de Santa Ana dispuesto a arrasarlos y ellos peleando a la desesperada, sabiendo que nadie llegaría, sabiendo que cada día ganado era un día ganado para la retaguardia. Por cierto, de esto los españoles sabemos un huevo; de gestas heróicas y sin sentido, de echarle cojones al asunto donde sea y cuando sea, siempre que sea inútil y fútil.
No es demasiado buena, pero me quedo con la versión del Álamo de John Wayne, cómo no.
¿De qué va esto? Quién quiera saber que pregunte, pero mi misión no era ganar aquella batalla, sino tiempo. Y creo que lo conseguí. Mi Álamo particular sirvió, sirve porque todavía está en lucha, para ganar tiempo, para que la siguiente batalla cuenta y sea definitiva.
Traicionando a quien más se lo merece
viernes, 6 de junio de 2008
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